Uno de los tópicos recurrentes de los comentadores filosóficos de Borges ha sido la búsqueda de lo que podría denominarse un “sistema”, esto es, una suerte de visión robusta y coherente acerca del mundo que aparentemente podría rastrearse en su literatura. El convite es sugestivo pues las referencias filosóficas en los cuentos de Borges es incesante y muchos de ellos adquieren significación si se los lee a la luz de alguno de los pensadores que más asombro han generado en el autor de Ficciones. Un ejemplo en este sentido se puede hallar en el complejo “Tlön Uqbar Orbis Tertius”. ¿Es posible entender las particularidades de Tlön sin estar al tanto de las premisas de la filosofía de Berkeley? ¿Acaso se puede captar en toda su dimensión el ejemplo de las monedas de oro relatado por el heresiarca sin tener en cuenta la querella hacia el interior del empirismo entre este idealista creador de la célebre frase “ser es ser percibido” y la postura “realista” de John Locke.
Sin embargo existen
interesantes lecturas que afirman que el idealismo de Borges queda subsumido a
los elementos generales del corpus platónico. Por ejemplo, el cuento “La
Escritura del Dios” de El Aleph, bien
puede entenderse como una suerte de remake
de la alegoría de la caverna de República
de Platón. Existe un prisionero
encarcelado que sólo puede ver la Verdad a las doce del mediodía, esto es, el
único momento en que no hay sombras (recuérdese que en Platón las sombras
ocupan el escalón inferior del ascenso hacia la idea del Bien y que en la
alegoría es graficado como el momento en que los prisioneros engañados
consideran que lo que se refleja en la pared es la realidad); asimismo, el
prisionero buscando ese mensaje divino afirma que recordando “fui entrando en
posesión de lo que ya era mío”. Sin dudas, se trata de una referencia directa a
la teoría de la reminiscencia platónica para la cual conocer no es otra cosa
que recordar, de lo que se sigue que el saber no es algo que “viene de afuera”
sino que se lleva consigo. Un Platón apologeta del mundo eidético platónico aparece
también en esa conclusión de “Funes el memorioso” en la que la voz del narrador
indica “Sospecho, sin embargo [que Funes] […] no era muy capaz de pensar.
Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo
de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
Pero en los
cuentos de Borges también hay espacio para Aristóteles y la tradición
nominalista que lo tendría como uno de sus principales exponentes. En este
sentido no sería del todo descabellado afirmar que un repaso por los libros de
Borges es una suerte de gran laberinto en el que se reproducen las referencias
a pensadores que establecen una no correspondencia natural entre la palabra y
la cosa, y ponen en tela de juicio la existencia real de los universales. Sería
así un sendero algo sinuoso en el que, además del estagirita, aparecerían el
mencionado John Locke, William James, Ludwig Wittgenstein y pensadores tan
disímiles como Rudolph Carnap y Fritz Mauthner.
Si bien
existen comentadores que encuentran en Borges a un pensador shopenhaueriano o
hasta incluso cabalista, algunos de los más reconocidos, como Juan Nuño o Jaime
Rest se inclinan por el Borges platónico y aristotélico respectivamente. ¿Hay
alguno de ellos que esté en lo cierto? Desde mi punto de vista no, simplemente
porque el problema está mal planteado desde un principio. No hay ni un Borges
platónico ni aristotélico porque no hay en Borges pretensiones de sistema. Él
no era ni pretendía ser un filósofo. En este sentido, mi punto de vista es que
Borges utilizaba la filosofía al servicio de la literatura y no a la inversa.
Lo que buscaba era explorar aspectos de diferentes filosofías para indagar en
las posibilidades literarias que esos sistemas permitían. Volviendo al ejemplo
de “Tlön”, George Berkeley jamás admitiría que de su idealismo se siguiese,
como dice Borges, que un umbral perdurase mientras lo visitaba un mendigo y que
desapareciese con la muerte de éste. Es que la propuesta real de Berkeley tenía
muy poco vuelo literario pues “el ser es ser percibido” no es la primera frase
de un ditirambo al relativismo subjetivo sino un problema que Berkeley resuelve
postulando un dios omnipercipiente que hace que el mundo permanezca estable y
no desaparezca intermitentemente entre los parpadeos de los seres humanos de a
pie. Dígase, entonces, que un Tlön con un Dios detrás sería algo más coherente
pero literariamente se transformaría en un cuento bastante aburrido.
Por ejemplos como estos es que en Borges, antes
que un intento de construcción de sistema filosófico, se observa el uso a veces
distorsionado o, al menos, fragmentario, de diferentes corrientes de
pensamiento que llevadas al terreno de la literatura pueden llegar incluso a
tener aspecto lúdicos. Porque no hay que dejar de soslayo que la ironía y por
momento la más lisa y llana burla, eran tópicos recurrentes no sólo en sus
entrevistas sino en buena parte de su obra. Dicho esto, entonces, y quizás a
contramano de lo expuesto, puede que exista una filosofía en Borges. Se
trataría de un sistema implacable con precisión de relojería y que se
estructuraría a partir de un único principio inconmovible: la risa.
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