15 sept 2013

La espuma de los días: el agua y los sueños de Boris Vian


Cada vez que pienso en La espuma de los días, me acuerdo de un amigo  que había empezado a leer la novela de Boris Vian cuando estaba enamorado de una chica. Abandonó la lectura cuando ella lo dejó, incapaz de llegar al fin de las tres últimas páginas. Sin saberlo, se quedó en la misma postura que el protagonista, Colín, paralizado después de haber perdido el amor de su vida, Chloé, lentamente destruida por un nenúfar creciendo en su plumón. El paralelo con su vida personal de enamorado desesperado le habrá parecido demasiado cruel.

A fines de abril de este año, se estrenó en Francia una película adaptada de la novela más famosa de Vian, por el director Michel Gondry. De todos los directores de cine, Gondry, con su universo onírico y fantasioso, era tal vez el más inspirado para adaptar esta historia de amor poética. En la opinión de los críticos de cine, y en la mía también, el resultado es una película linda pero irregular y un poco decepcionante, que padece un problema de ritmo en su segunda parte. Pero me parece interesante y honorable el intento de llevar La espuma de los días a la pantalla. Este libro culto es muy visual y musical tal como está escrito por Boris Vian: tiene sus propios colores, luz, textura, humedad y sonidos, y por lo tanto era un verdadero desafío para un cineasta. Lo bueno es que esta película llevó la novela al primer plano de la actualidad. A pesar de ser la obra más famosa de Vian hoy en día, no encontró éxito en la vida de su autor, después de ser publicada en 1947. 



La espuma de los días empieza como un cuento, una historia casi banal. Es un pastiche de historia de amor que comienza en un baño y termina en la orilla de una charca. A lo largo de la narración, el lector y los protagonistas se van hundiendo en aguas cada vez más turbias, profundas y poderosas. Al principio el estilo de Vian corre como el agua viva en el París de la posguerra: Colin se admira en el espejo de su baño, bebe cocteles preparados por un ingenioso pianocktail y va a fiestas donde se baila al ritmo del jazz[Pie de página]. En una de estas fiestas conoce a Chloé:

“Un silencio abundante se hizo a su alrededor y la mayor parte del resto del mundo pasó a no tener para ellos importancia alguna.” (La espuma de los días, capitulo XI)

Se enamoran y se casan, y todo parece muy simple y bello. Pero poco a poco, el agua se oscurece, las notas del jazz se vuelven lejanas, y se instala en la novela una extraña gravedad. Chloé está enferma, un nenúfar crece en su pulmón y ya sabemos que no va a sobrevivir. Colin tiene que trabajar para ganar dinero y pagar el médico. La novela deprime y los protagonistas avejentan, la casa de Colin se achica poco a poco, y al final sólo queda la espuma del agua y de los días que pasan y son imposibles de detener, como el amor que se transforma en ciénaga y nunca volverá a ser como antes. Al terminar la novela, Colin está prostrado encima de una charca, desesperadamente esperando que aparezca un nenúfar para destruirlo.

La espuma de los días cuenta el amor desilusionado y la transición hacia la edad adulta. “El agua es realmente el elemento transitorio”, escribe Gaston Bachelard en su ensayo El agua y los sueños. Y añade un comentario que me parece especialmente interesante al leer La espuma de los días: “El ser consagrado al agua es un ser en el vértigo. Muere a cada minuto, sin cesar algo de su sustancia se derrumba. […] La muerte cotidiana es la muerte del agua. El agua corre siempre, el agua cae siempre, siempre concluye en su muerte horizontal.” Éste es el destino de Colin cuando se termina la novela. Vian cuenta este vertiginoso e ineluctable derrumbamiento, con su imaginación formal y material. Para contar esta historia de amor que se desmorona, para ir de las aguas superficiales a las más profundas, el estilo de Vian se hace sucesivamente melodioso, lapidario, lacónico y puro como el agua. Su pluma nos trae al fondo de la materia, donde crecen “una vegetación oscura” y “flores negras” como el nenúfar dentro del pulmón de Chloé. Y el nenúfar también lo tenía Boris Vian. Cuando era niño le diagnosticaron una malformación cardíaca y sabía que no iba a tener una vida muy larga. Sin embargo parece que tuvo varias existencias.


De formación ingeniera, Boris Vian es más conocido por su obra literaria y sobre todo sus novelas, pero es la encarnación absoluta del artista ecléctico y completo. Este hombre-orquesta escribió poesía, obras de teatro, fue periodista, traductor de inglés, y también se dedicó a la música y especialmente al [Cuadro de texto]jazz. Tocaba la trompeta y formó parte de una compañía que llevó las primeras notas de jazz a Saint-Germain-des-Prés, barrio parisino mítico y feudo de los intelectuales. Escribió La espuma de los días a los 26 años, en tres meses, durante sus horas de oficina en su trabajo de ingeniero. Después sólo publicó dos otras novelas, más autobiográficas, y al final se dedicó sólo a la música, como trompetista y crítico de jazz. 

Vian fue un artista de vanguardia, con muchas identidades e influencias. Se cuentan decenas de seudónimos o anagramas correspondiendo a obras de Vian, y hasta en sus canciones disfrazaba su voz. Hasta siembra misterio en el prólogo de La espuma de los días, falsamente situado en la Nueva Orleans en EEUU, donde Vian nunca viajó: “el argumento es totalmente verdadero porque lo imaginé de cabo a rabo.” Así anunciada, con el humor característico de Vian, la novela estaba lista para conquistar el mundo.


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