9 nov 2013

Llorar sobre la leche derramada

Para Diario - LA NACION


En 1984, los directivos de una editorial, hoy desaparecida, sabedores de nuestra amistad con Borges, nos pidieron que gestionáramos un prólogo del escritor para un libro que tendría el prometedor título de La maravillosa Argentina. La obra llevaba la loable intención de hacer conocer aspectos turísticos de nuestro país.
Borges aceptó hacerlo, pero con su sarcasmo habitual logró una pintura precisa de nuestra sociedad que, obviamente, no se avenía con el título editorial. El análisis del escritor fue lapidario; releyéndolo ahora, parece escrito en estos días.
Como siempre, contra toda semántica social, los argentinos seguimos siendo lo que fuimos: indiferentes a todo hecho y escandalizados ante todo hecho. La desgracia es una presencia a la que el hombre está acostumbrado, mucho más que a la alegría. Sufrimos a diario, pero no nos alegramos a diario. Tal vez sea que estas desdichas están relacionadas con nuestra inconmensurable ambición. Poco pretendes o poco tienes, poco pierdes.
Debemos asumir de una vez por todas que somos el país más desordenado del mundo. Es posible que funcione el servicio meteorológico, algún departamento de la carrera de ciencias matemáticas, un puñado de quirófanos y las máquinas tragamonedas, pero todo el resto es un caos al que nos hemos acostumbrado desde hace decenios y a pesar de ello la vida sigue siendo vida de alguna forma.
¿Cómo arreglar todo esto? Simplemente con paciencia y orden, mucho orden.
No un orden militar, sino un orden al que nos lleve la coherencia. No decimos que el orden militar sea incoherente, pero es otro orden, que sirve en los cuarteles.
Toda sociedad, para que sea tal y no una horda, debe tener sus jerarquías, sus principios y fines, y su clara ley de juego; de lo contrario, todo se descompone en un desorden inservible.
"Al principio fue el caos", sí, pero al principio. Ninguna sociedad es "conviviente" sin que se aprenda y se imponga el principio del orden, que se acerca más a la armonía que al desbarajuste. Esto se arregla intentando un respeto del uno hacia el otro, aun dentro de una sociedad desquiciada. La trama de los justos es algo que al principio no se nota, pero que, por una simple cuestión lógica, va ganando adeptos, aunque sea en Gomorra.
La descomunal muchedumbre que resulta la Argentina no será armonizada ni con discursos, ni con arengas; ni siquiera con cañonazos. La solución viene de abajo; cada uno de nosotros, al menos instintivamente, sabe de las ventajas que puede traer un orden social; hasta los delincuentes lo saben.
¿Tenemos un culpable? Sí, todos nosotros, pero en distintos grados. Don Angel, el vecino de mi esquina, ha contribuido a ese desorden mucho menos que el más humilde de los políticos. Confundimos al adversario como enemigo; hasta en el fútbol se ve. Desmontamos despiadadamente todo lo que se hizo en un gobierno anterior, sea bueno o malo. Los leones matan a los cachorros de la leona con la que quieren iniciar un romance; algo parecido somos nosotros: hacemos del pasado un gran cementerio de culpables.
Puede ser que no sea así la cosa; puede ser que el presente y el futuro sea lo que nos debe preocupar y tratar de mejorar. Como la mujer de Lot, todos mirando hacia atrás nos hemos convertido en estériles estatuas de sal.
No, el pasado no se olvida: es nuestra referencia esencial; a eso se llama experiencia; pero no es posible que los muertos nos rijan porque tienen un criterio poco transmisible.
A los pobres muertos debemos honrarlos y dejarlos en paz y, con nosotros, futuros muertos, tendremos que ser lo más considerados posibles, para que el resto de nuestras vidas no tenga tanto horror como el que tuvieron ellos. Si todo el pasado ocupa el presente, como ocurre, no hay futuro. O el futuro es solamente para Dios, como escribió Sor Juana Inés de la Cruz.

Un terrible episodio 
Hace poco tiempo, una noche de fiesta se transformó en una noche de horror en la que murieron asfixiados o carbonizados un grupo enorme de nuestros chicos.
Pues bien, nuestro lord major cerró todos los negocios que se dedicaban al baile y al culto de la música. Así nomás, sin pensarlo mucho, privó a millares y millares de jóvenes de su esparcimiento de sábado. Esta es una actitud antojadiza que nada tiene que ver con la prevención. Si alguien se intoxica con un vino, no hay que prohibir todas las botellas.
Digamos que, aparte de desordenados, somos también incoherentes, por barrer la tierra debajo de la alfombra.
En las compañías comerciales que triunfan, siempre hay una oficina de organización y método. Como su nombre lo señala, su labor es organizar y metodizar la compañía a la que pertenecen.
Pareciera que en nuestro Estado esa organización no existe o simplemente se oculta. Estamos viendo demasiado seguido que un decreto de hoy se invalida con un decreto de mañana, simplemente porque las cosas no se meditan: eclosionan como hongos, sin calcular las consecuencias.
Hace unos años, un choque de ruta entre un micro de larga distancia y un automóvil, provocó un incendio y una considerable suma de muertos. Vinieron entonces las inspecciones masivas del caso, el dar vuelta todo como una media. ¿Tenemos ahora esos transportes impecables que suponemos que son revisados día tras día? No, no es así. Esos controles habrán durado dos o tres meses y se volvió nuevamente a lo que somos. Los micros aún tienen grabados los 90 kilómetros de velocidad máxima, pero si vamos en automóvil por una ruta a 120, vemos que esto no se cumple.
La solución está basada, ineludiblemente, en la educación, que enseña el orden y la convivencia y que enseña la ciencia. Pero está visto que, entre nosotros, esto tampoco funciona. Los exámenes de ingreso a las universidades son un bochorno; el porcentaje de aprobados es ínfimo y por lo que llegamos a ver en las imágenes de los noticieros también resultaban risibles para ese mismo alumnado que había sido examinado.
Entonces, repetimos: educación, orden y coherencia deben ser nuestras consignas.
La educación hay que empezarla ahora y el resultado quizá lleve años, ya que no se hace un estudioso en dos meses. El orden podemos intentarlo desde ahora, valiéndonos "de las ordenanzas con que ya contamos". Y para finalizar, es posible que así la necesaria coherencia vaya ganando a todos, aun a los que no lo entiendan. 

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