Ilustración Bernardino Rivadavia |
a José Luis Marini
Así como el hombre guerrea, destruye, difama, asesina, traiciona, así también siembra, erige, crea, engendra, ama.
El bosque se veía secretamente concurrido en la placida noche de verano. Aquellos hombres de toscos ademanes, eran dueños de la rara habilidad de hacer posible la gracilidad de las ojivas, policromía de los vitrales, la vastedad de las naves, la altivez de las cúpulas, la docilidad de la piedra.
Se reunían para transferir su ciencia, estrechar afectos, acrecentar su unión.
Desde el Oriente, aquel que elevara un templo de noble piedra, metales maravillosamente labrados, perfumadas maderas, aquel hijo de Ur, aquel al que el rey Salomón llamara con dulce y reconocido acento Hiram, los guiada desde su lejano existir, desde su destruida obra, desde su majestuoso oficio.
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