18 sept 2013

EN SALAMANCA, CON LA HIJA DE UNAMUNO

EN SALAMANCA, CON LA HIJA DE UNAMUNO

Pasé mi  primera mañana en la Salamanca visitando iglesias: altares y coros ricamente tallados, pulpitos, sepulcros, retablos de Churriguera, frescos y telas de Palomino, esculturas de Pedro de Mena, claustros con profusión de verdes y gorjeos. Salamanca me seducía con el aliento secular de sus templos y sus mansiones con escudos heráldicos labrados en la piedra. En “El Licenciado Vidriera” Cervantes hizo el elogio de la ciudad: “Salamanca, quien hechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado” Si Cervantes viviera hoy podría reiterar esa frase sin quitar una letra. Las piedras salmantinas continúan siendo  las de antaño y las aguas del Tormes-pese a la sentencia de Heráclito- son las mismas en las que e mojo hace cinco siglos el celebre “lazarillo”, tal como lo dejo narrado don Diego Hurtado de Mendoza en su picara historia.

   Después de atravesar la maravillosa Plaza Mayor, vasto cuadrado que circundan soportales y cuyo conjunto ha sido declarado monumento nacional, visite la Universidad, esa que “non presta” talento a quien no lo  posee. Entre a un aula en uno e cuyos escaños de madera se sentó Manuel Belgrano. El recinto es actualmente sala de música en recuerdo del Padre Salinas, catedrático que según Fray Luis León, vestía el aire de “hermosura y luz no usada” cuando  “la música extrema” surgía de su mano.  Cuelgan en las paredes tapices flamencos del siglo XVII y ocupa el centro del salón un antifonario antiguo. Visite luego el aula de Fray Luis. Como no emocionarme mientras mis ojos recorrían las paredes desnudas, deteniéndose en la tribuna con forma de pulpito desde la que el altísimo poeta desgrano sus palabras de maestro, que debieron ser hondas y límpidas como la de su poesía. Un día de 1572 la Inquisición prendió al monje agustino y lo tuvo encerrado cinco años en Valladolid. Su delito? Haber vertido a lengua romance “el Cantar de los Cantares”, de Salomón” a pedido de una monja, doña Isabel de Osorio. Harto conocida es la frase con la  que Fray Luis se dirigió a sus alumnos,  “como decíamos ayer… “cuando, absuelto por el Santo Tribunal, subió nuevamente a esa tribuna, la misma que en aquel momento yo  estaba contemplando.


   Llegue por fin al patio interior, con un pedestal donde se erige la figura de Fray Luis y al que se asoma por un costado la llamada Casa del Rector. En Madrid, una amiga me había recomendado que no dejara de visitar esa casa-museo cuando fuera a salamanca. Mi amiga, una gran admiradora de Miguel de Unamuno, conocía algunas anécdotas del Unamuno joven pues este había sido condiscípulo de su padre. Recuerdo una de ellas: Don Miguel siempre tuvo manías relacionadas con el atuendo personal-conocido es su desden por la corbata-; siendo estudiante iba siempre con su cabeza cubierta por una boina roja, razón por la que sus compañeros le habían puesto el mote de “Botella lacrada”.


Al abrirse la puerta me sorprendió encontrar un rostro que era el retrato vivo de Miguel de Unamuno conocido a través de las fotografías. Mi amiga madrileña no me había anticipado que quien estaba al cuidado de la casa rectoral era la hija del gran escritor. El dialogo se entablo, cordial y espontáneo, se trataba de Felisa, una de los seis hijos de Unamuno que vivían hasta ese momento. Mujer baja de miembros cortos y llenos, el cabello entrecano y unos ojos celestes, clarísimos. Entre preguntas y respuestas, fue enseñándome diversos objetos, verdaderas reliquias para mi devoción del genial soliloquiómano: su biblioteca con muchos libros de edición argentina puestos bajo la advocación de un retrato de Sarmiento, a quien Unamuno admiraba; los propios libros de Unamuno, originales, traducciones y muestras de esa artesanía menos trascendental pero igualmente celebre en el, la cocotología, o sea el arte de elaborar pajaritas de papel. Había también un retrato del escritor pintado por Vázquez Díaz y otros cuadros pequeños, motivos populares, realizados con maestría por el propio Unamuno; fotografías donde poso junto a Pérez de Ayala, el Conde de Keyserling, Guerra Junqueiro, el pintor Zuloaga y otras que le fueron tomadas pocos días antes de morir. Sobre la mesa un vaciado en yeso de su mano.

   - Vivió muchos años en esta casa?


   - De 1900 a 1914. Después, desde 1922 hasta su muerte, salvo la época de sus varios destierros y los tres años que median entre 1930 y 1933, que vivió en Madrid, pues mi padre fue nombrado presidente del Consejo de Instrucción Publica.


   Pasamos luego al despacho, con un balcón sobre la calle Libreros. Era una habitación pequeña y austera: una mesa escritorio con brasero en la parte inferior, algunas sillas fraileras y varias cajas repletas de papeles.


-Papa era muy estricto. No  quería que limpiáramos este cuarto pues temía que trastocáramos el desorden de sus papeles y libros.

- que vida hacia? Como había organizado su jornada diaria?

   - se despertaba todas las mañanas a las 7.30 y leía en la cama. A las 9 iba a sus clases, siempre muy puntual. Después de almorzar concurría a la tertulia del café Novelty, hoy Nacional, en la Plaza Mayor, o al casino.


   Quienes eran los contertulios?


   Gente del pueblo: el sastre, el boticario, el carnicero…Por lo general, jugaban al mus. Otras veces charlaban, simplemente. Entre dialogo y café, mi padre confecciono muchas de sus pajaritas, luego daba un paseo breve y a las cinco se metía en casa para no salir ya mas. Se quedaba leyendo y escribiendo hasta las 10, hora en que se acostaba.


   -costumbres muy burguesas –acoté.


   -alguien le dijo cierta vez: - Pero Don Miguel, usted se pasa la mitad del día durmiendo! –Si le contesto pero la otra mitad estoy mas despierto que usted.


   La hija de Unamuno me condujo después del dormitorio, con una sencilla cama de bronce, una mesita-atril para leer en la cama, una mecedora y un ropero.


   - aquí murió?


   - No, fue en la calle Bordadores numero 4.


   Luego, deteniendo mis ojos en el crucifijo que pendía sobre el lecho, le pregunte:


   - practicaba su padre la religión?


   La note vacilar, comprendí que la llevaba a un terreno pedregoso pues días atrás había leído en un diario un ataque contra Unamuno por razones religiosas. Cuestión de miopía. Todavía había quienes creían que Unamuno era agnóstico, como si sus libros, pese a dudas y  contradicciones manifiestas, no exhibiesen una pasión religiosa vehemente y estremecedora. Pero su hija había vacilado antes de contestar.


  - mi padre no participa de los  ritos, aunque siempre fue piadoso y tolerante. Tenía aquí un gran amigo que era fraile dominico, el Padre Matías. Además, mi madre iba a misa todos los domingos…


   Acto seguido, pedí a Felisa que me hablara de las convicciones de su padre, de su vida interior tal como la reflejaba en el hogar. Me respondió:


   - no se. Yo no podría hablar de el como escritor. Como padre era tierno y afectuoso, nunca nos dio un cachete.


   Reflexioné entonces sobre el destino del gran agonista (“Unamuno, su tiempo y su España”) que vivió escribiendo y clamando en un desierto que tal vez se iniciaba geográficamente en su alrededor mas próximo.



(“la prensa” 23 de octubre de 1960)






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