18 sept 2013

SOBRE EL SERVICIO MILITAR

SOBRE EL SERVICIO MILITAR


La muerte del soldado Omar Carrasco en Zapala, como consecuencia del castigo corporal infligido por un oficial o suboficial (o un grupo de ellos), así como los suicidios de jóvenes conscriptos sometidos a presiones mentales y maltratos físicos que de vez en cuando llegan al conocimiento público, deben hacer reflexionar sobre la validez del servicio militar que, compulsivamente, deben cumplir en nuestro país los adolescentes de 18 años.

   Quienes en el debate originado por la muerte del recluta Carrasco se manifiestan favor de una institución que existe en la mayoría de los países del mundo -y rige entre nosotros por una antigua ley-, alegan la necesidad de que el ciudadano se instruya técnicamente para empuñar las armas en defensa de la patria cuando sea necesario, al tiempo que encarecen el servicio militar como una instancia en la que el joven fortalece su carácter al adquirir hábitos viriles de disciplina, templanza y sacrificio. Pero en la práctica nada de eso ocurre.


   La experiencia de quienes hemos pasado por el servicio militar es que allí se impone la sumisión, l humillación y el vejamen que en muchos casos estimulan el resentimiento o la rebeldía como plausibles respuestas. Nunca olvidaremos un cartel colocado a la entrada, en el interior del Regimiento 3 de Infantería, situado entonces en la calle Pichincha, al que fuimos destinados cuando cumplimos 20 años:






EL SUPERIOR SIEMPRE TIENE RAZON Y MAS AUN CUANDO NO LA TIENEN



   Esta frase que  podría figurar en una épica de la aberración, era realidad en los cuarteles de entonces, lo había sido antes y suponemos que lo sigue siendo ahora.


   En cuanto a la conveniencia de instruir a los jóvenes en el manejo de las armas para defender la soberana nacional, consideramos que ello se podría realizar sin que necesariamente deba complementarse con las abusivas carreras, los cuerpo a tierra y los saltos rana del “orden cerrado”; la salida al patio en calzoncillos en amaneceres invernales o la costumbre de hacer los mandados a la esposa del coronel. Estas cosas se hallan prohibidas por el Código Militar, pero sabemos que en nuestro país es habitual burlarse de las prohibiciones, ya que nadie se ocupa de hacerlas cumplir.


   Por otra parte, dada la evolución de la tecnología y los renovados conceptos que se vinculan con la estrategia, el tradicional adiestramiento y las armas que se enseñan a manejar en nuestro servicio militar sirven de bastante poco en una moderna conflagración. Dicha obsolescencia quedo demostrada durante la guerra de Malvinas, en la que los soldados profesionales ingleses aplastaron con sus sofisticados elementos bélicos a la resistencia heroica pero precaria de unos muchachos inexpertos que eran, en realidad, jóvenes civiles a los que unos meses antes habían obligado a vestir uniforme y les habían puesto un fusil en las manos.

   Tal vez lo  mas sensato serian reemplazar al servicio militar compulsivo por un servicio voluntario que se formara con quienes quieren hacerlo; un ejercito profesional apto para defender el país en una hipótesis de agresión externa. El sistema actual –se ha demostrado en los  hechos- solamente sirve para crear lo que antes se denominaba “carne de cañón” y hoy podría denominarse “carne de misiles teledirigidos”. Quienes experimente atracción por las armas (atracción que implica, al menos para nosotros, un inquietante desvío psicológico) o quienes por legitimas razones desee seguir la carrera militar, que lo haga, pero forzar a los que no lo desean a interrumpir sus estudios o la continuidad laboral para someterse durante un año a una suerte de esclavitud, constituye un autoritarismo y una inhumanidad hoy en día intolerables. Además de ser una verdadera afrenta a la Declaración de los Derechos Humanos.

Salvo características de procedimiento y objetivos, el actual servicio militar obligatorio poco difiere, en esencia de la leva de gauchos a quienes, en el siglo pasado, se reclutaba por la fuerza para incrementar los destacamentos de los fortines, tal como lo testimonia el mayor poema de nuestra literatura gauchesca.

  Nos hemos referido a la eventualidad de una agresión extrajera, pero la historia muestra que han sido mas las ocasiones en que soldados conscriptos argentinos fueron llevados a enfrentarse no con un ejército foráneo sino con otros soldados conscriptos argentinos.


Nosotros recordamos la mañana del 28 de setiembre  de 1951, cuando los compañeros el 3 de Infantería Motorizado cruzamos la ciudad en una caravana de camiones y tanques para ir a “tomar” El Palomar. El Palomar se había sublevado o éramos nosotros los que nos declarábamos en rebeldía? En que bando estábamos? Nadie nos lo dijo. Lo único que se ordeno, cuando nos metieron en una zanja a modo de trinchera, era que debíamos tirar a matar.

   El palomar estaba siendo cañoneado por el vecino Colegio Militar. Respiramos, aliviados, cuando al poco rato, antes de que nos ordenaran entrar en combate, vimos izarse la bandera blanca. Por la tarde, de regreso en el cuartel, se supo que los sublevados habían sido ellos y que nosotros habíamos intervenido para defender al gobierno.


   Fuimos a pelear como los muñequitos de los  “video games”, manejados por la voluntad de alguien que, impunemente, nos mandaba a matar o morir sin que supiéramos por quien lo hacíamos.


   Esta anécdota, como seguramente otras que se podrían contar, ilustra sobre la ausencia de sustentos racionales que, desde un punto de mira humanista –que es el nuestro- fundamenten la necesidad del servicio militar obligatorio. Mas aun cuando  este sirve se excusa, y no en forma aislada sino frecuente, para que la prepotencia de unos individuos envalentonados por unos  galones prendidos en la manga lleguen a extremos abominables.  







No hay comentarios.:

Publicar un comentario