Ilustración Bernardino Rivadavia |
Se reunieron, como casi todas las noches, en la última de las cámaras donde él tenía uno de los relojes en que debía marcar tarjeta de control horario, y ella en el armario donde guardaba los útiles de limpieza. Sereno y sirvienta conformaban un mundo totalmente ajeno al de la galería de arte. Nada sabían de lo que asistían, a no ser una confusa noción del fabuloso valor de lo que encerraba allí, y cierto resquemor, tal vez también compasión, hacia esa gente que daba importancia inútil.
Ella fue la que arriesgó la primera frase fuera e las domésticas confidencias que se hicieran en aquel ámbito artificial:
-Los retratos de los que mueren cambian la mirada.
El sereno no pareció darle importancia a la observación, porque continuó fumando minuciosamente, reteniendo todo lo posible el humo y depositando la ceniza daba en un pequeño recipiente que parecía desbordar.
La sirvienta insistió:- Se les cristalizaba los ojos. Dejan de mirar.
Recién entonces el hombre pareció reaccionar. Dijo casi al descuido: - Yo no creo en esas cosas.
-Pero es natural -enfatizo ella-, al morir el modelo su imagen se deshabita- y se quedo como si no hubiera entendido lo dicho, hubo un silencio.
Los ejemplos suelen aclarar un poco las cosas:
-Venga a ver el retrato del doctor Etchegoyen que ya esta en la segunda sala.
No muy convencido el sereno siguió los pasos de la pobre mujer.
Era una galería de retratos, todos retratos. El doctor Etchegoyen, uno de los dueños, había
muerto unos quince días atrás. Llegaron finalmente ante esta imagen que lo representaba.
-Fíjese, ya no mira como miraba.
Podía ser cierto, allí estaba el finado como se lo había considerado en la vida.
-todo igual, menos los ojos y tal vez las manos- remarco la sirvienta.
El sereno recién pareció cobrar algún interés:
-Era jodido el doctor- y al decirlo noto que aquella mirada que imponía tanto respeto ya no era la misma. Le pareció recordar el recelo que sentía antes al pasar frente a aquel retrato censor.
-Es posible- se dijo en voz baja.
-Vio!- gritó la fregona para atenerse luego al murmullo. -La muerte se lleva mucho y deja poco, casi nada. Con las fotografías pasa igual. Las fotografías de los muertos miran ausente.
-Tonteras, tonteras-repitió el guardián dirigiéndose hacia el reloj marcador de la entrada. El tintineo que hizo el artefacto al señalar la tarjeta lo volvió a este mundo. Pero nunca más fijo la mirada en retrato alguno. Simplemente por recato.
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