Se realizó el Primer Certamen Regional de Declamadoras,
organizado en Coronel Pringles por Arturo Carrera, con la colaboración de Vivi
Tellas

Hay que tener un alma hermosa para creer, con el gran poeta Arturo Carrera, que la concurrencia al Primer Certamen Regional de Declamadoras de Poesía iba a superar la capacidad hotelera de Coronel Pringles, su pueblo natal. El público literario es de lo más escaso y difícilmente sea capaz de superar algo; menos aún, las capacidades hoteleras de cualquier lugar al oeste de Greenwich. Yo nunca había estado en Pringles, pero sospechaba que un par de albergues serían suficientes para alojar al presunto malón de amantes de la lírica. La idea de llegar a Retiro y encontrar declamadoras a las puertas del ómnibus Plusmar, todas con versos a flor de piel, dispuestas al ensayo mental aun a esas horas en las que los demás viajeros duermen o miran una "peli" de Eddie Murphy, estaba por completo fuera de mi imaginación. Y ahora lamento no haberme permitido esa fantasía, porque es una idea muy bonita. Se trataba, ni más ni menos, del sueño que pulsaba detrás de este encuentro, una declaración de amor a los versos que nos han sido fieles, un acto de fe en el alma hermosa que todos, por qué no, debemos tener en algún lado.
Mujeres que viajan por el tiempo para evocar el doble
misterio del arte y la memoria, condensado en un poema que se recuerda quién
sabe desde cuándo, tal vez por razones ya olvidadas o todavía secretas. Las
protagonistas de ese teatro del cariño y la voz podían llegar allí, a Retiro,
para días más tarde tomar las calles de un pueblo del que se tienen pocas
noticias, excepción hecha de las obras de César Aira y el propio Carrera (si se
las puede considerar "noticias") y la triste Querido Coronel Pringles
, de Celeste Carballo (si, como "noticia", es un poco vieja).
Semejante puesta en escena tenía atractivos para reunir a un público
heterogéneo y entusiasta, y en la fila del Plusmar se respiraba un optimismo
extraño pero optimismo al fin.
-¿Cómo crees que se recibirá este evento en Pringles?, le
pregunté a Carrera, mientras despachábamos nuestro equipaje.
-Quién sabe- contestó, con una sonrisa. Son tan raros en los
pueblos. Mejor dicho: ¡somos tan raros!
Ya a punto de subir al ómnibus, allí donde tendrían que
haber irrumpido un par de declamadoras on tour , quien apareció fue una mujer
que le robó la billetera a Vivi Tellas. No hay caso, la realidad siempre es
perversa y arruina los mejores ideales. "Devolveme todo lo que acabás de
sacarme" pidió la dramaturga, con una calma tan fuera de contexto que, por
un momento, el asunto pareció una de sus espeluznantes performances . Pero no
lo era. La mujer le dio la billetera (igual que en una performance ), Vivi
subió al micro con una alegría que no perdería más y a todos nos quedó la
sensación de un buen augurio, una pequeña gran victoria de la poesía sobre la
realidad.
La mañana de nuestro arribo, Tellas tenía su primer tête à
tête con las declamadoras locales. El lugar del ensayo era la Casa de Cultura,
el edificio vecino a la Intendencia, creado por el inefable arquitecto
Francisco Salamone. La primera en llegar fue Mirta, una señora mayor, elegante
en su saco rojo, simpática y tímida a la vez. De a poco me contó que era
docente, que escribía poesía en sus ratos libres y que pensaba declamar la
"Oración del desocupado", de Juan Gelman. Con un poco más de
confianza, me dijo que en la escuela era compañera de banco de César Aira y que
desde entonces se veía que el chico prometía. "Ibamos juntos a la
Biblioteca; yo buscaba los libros para la clase y él se enfrascaba en La Divina
Comedia ...", recordó.
-¿AIRA SE COPIABA MUCHO?
-No, no, nunca. O al menos yo no me daba cuenta.
-¿Y USTED LEYÓ SUS LIBROS?
-¡Todos! O casi, porque creo que ya tiene como cien. El
humor, cómo cuenta las historias... Es él, igualito a lo que contaba de chico.
No cambió nada.
Al rato llegan Hilda, Mabel y Esterlina. Hilda no es mucho
más joven que Mirta, viene de Otamendi y declamará "Tierra amarga",
de Evaristo Barrios. Mabel es maestra de una escuela nocturna, también escribe
poesía y no sabe si va a participar. "El poema que yo sé es uno mío; no va
a servir, seguro que tienen que ser poesías de autores importantes, famosos",
comenta, en un susurro; "pero yo vengo igual, quizá me dejen. Además,
todos tenemos derecho a vivir algo como esto, aunque seamos poquitas".
Esterlina es la mayor, tiene que cuidar a su marido enfermo y por eso tampoco
sabe si se va a quedar. Fue la maestra de literatura de todos y da la impresión
de que no puede, o no quiere, abandonar su papel de docente. En unos pocos
minutos explica que "declamar no es gritar", habla de la época de
titiritero de su ex-alumno Arturo Carrera y dice que "esto tendría que
haber pasado hace diez años".
-¿POR QUÉ? ¿QUÉ HABÍA HACE DIEZ AÑOS?
-Esterlina no responde, porque justo entra Vivi Tellas y
llama a sus declamadoras al centro de la sala. Hace diez años, Pringles tenía
25 mil habitantes, igual que hoy y como hace por lo menos medio siglo. Pero
entonces éramos un poco más jóvenes, osados (seguro) y atractivos (quizá),
requisitos frívolos pero importantes a la hora de pararse en una esquina a
declamar ante quienes suelen fijarse mucho en lo que el otro hace o deja de hacer.
Tal vez por eso mismo, consciente de la fiesta popular que supondrá recorrer
las calles en una estridente caravana poética, Vivi les pide a las suyas que
preparen su mejor vestido. "Ay, pero me van a ver", dice Mabel.
"¿Y qué más querés?", contesta Vivi. Las risas son nerviosas.
Enseguida, Mabel contraataca con "Desesperación", obra suya, donde se
cuenta una historia de amor de las trágicas. Lo dice con angustia y carácter,
su voz va de un matiz a otro y al final nos pone los pelos de punta a todos.
-Perdonen, pero así es el desamor- suelta, para agradecer
los aplausos.
"A mí me gustó el de Barrios, porque habla de algo muy
real", subraya Hilda; "lo demás no sé, porque no tengo estudios. Pero
siento que es muy campero, muy de acá". A Mirta, Vivi le pide que cante
algo, cualquier cosa. La mujer se arranca con "Uno" y de nuevo surge
una comunión inesperada, un golpe de knock-out del que nos levantamos
convertidos en niños otra vez. ¿Será el tango? ¿El poder de la poesía? ¿O el
del arte encarnado en estas señoras? "Las personas cambian si consiguen
desarrollar algo" me cuenta Vivi Tellas horas después; "y ese cambio
le llega a todos. Es muy placentero ver cómo, a pesar de cualquier miedo o
dificultad, hay quienes pueden cumplir un deseo propio. Posibilitar eso me
emociona mucho. Y tiene que ver con la caravana que vamos a hacer por el
pueblo: gente que se junta nada más que por la ilusión de ir a alguna
parte".
Lo curioso es que la caravana no va a ningún lado en
particular. Y, sin embargo, llegará a un montón de lugares. Al pasado de Hilda,
cuando sus padres le prohibieron escribir y ser maestra, como ella quería. O al
eco de alguna canzonetta paterna que Esterlina ubica en 1942, un año
inolvidable para ella porque marcó su abandono de la poesía "por culpa de
la familia". Mientras Tellas planea su Hamelin pringlense, recorro los
mojones donde la caravana va a detenerse para que las declamadoras brillen. La
puerta de la Municipalidad, un souvenir arquitectónico escapado de la
Metrópolis de Lang, que exhibe con orgullo la distancia entre el poder y el
pueblo. La plaza principal, criticada porque se inunda con cada lluvia y no
permite que los niños usen el tobogán y los demás juegos. El club Alem, célebre
por la actuación, allá lejos y hace mucho, de Los Iracundos. La tienda Casa
Abecia, quizá la única del mundo en vender flores, plantas y autopartes. El
viejo cine, hoy un miniestadio de pelota y hockey . La Asociación Española,
donde alguna vez cantó Gardel. Y, finalmente, la casa de Arturo Carrera, centro
de la Asociación Cultural Estación Pringles, que organiza este certamen de
declamadoras.
Al llegar, veo que la puerta de calle está abierta. Entro, y
la segunda, que da a la sala, tampoco tiene llave. La bienvenida parece a cargo
del Prior que se ve colgado apenas uno avanza, pero en realidad la dan los
juguetes desparramados por todas partes. Trompos, baleros, cochecitos, trenes y
juegos de té en miniatura marcan el paisaje de un museo vivo de la inocencia,
uno de los grandes temas de la obra de Carrera. Solo a alguien que vive en este
universo, pienso, se le podía ocurrir organizar un certamen de declamadoras de
poesía. Y quién sabe si ese mundo mágico no es, de hecho, el de la literatura
en estado puro. "Nuestra intención para el año que viene es tener
declamadoras de todo el país" dice el dueño de casa, feliz como un chico
al que por fin le salió bien su mejor travesura.
-¿DE DÓNDE SURGE ESTE INTERÉS POR LA DECLAMACIÓN?
-Se puede ver a la declamación como el arte que recupera
distintas maneras de modular la poesía de otro y ahí, en esos detalles, captar
lo poético. "Lo poético" sería aquello que se aprende del otro, a
través del dictado de la memoria. Por ejemplo, la declamadora de
"Altazor" me hizo ver que los juegos de Huidobro se pueden enunciar
con las distintas notas musicales. Eso se ve sólo si alguien lo declama.
-¿POR QUÉ MONTAR ESTO EN PRINGLES?
-Cuando yo era chico, en el pueblo había declamadoras. Y una
vez, años más tarde, escuché hablar a Jorge Monteleone de Berta Singerman y el
papel de la mujer en el rescate del artificio en el poema. No el tema, sino
cómo está planteado. Eso me interesa mucho, y Pringles aparece porque supongo
que esto también es una forma de rescatar la memoria y la infancia, aquello que
reaparece cuando somos viejos y ya no nos queda otra que recordar.
A las tres de la tarde del viernes, Daniel Link trepó al escenario
de la misma sala en la que Tellas y sus declamadoras habían ensayado el día
anterior. En total, éramos poco más de cien personas, todos participantes de un
taller de poesía que, con los minutos, se transformó en una inusual conferencia
interactiva. Link pidió la participación del público, como ciertamente se exige
en un taller, y ahí fue que varios temblamos. Mientras él explicaba, con gracia
y talento, que "los ritmos tienen un valor semántico y afectivo", yo
no podía sacarme de la cabeza el tintineo de "Me gustas tú", de Manu
Chao, que esa mañana había escuchado en la radio del bar, mientras desayunaba.
Algo debe de haber en el cerebro (o en algunos cerebros, por lo menos) que fija
lo primero del día. En mi caso, los troqueos, dáctilos y jónicos de los que
hablaba Link se cruzaban con los inoportunos "Me gusta la vecina, me
gustas tú/ Me gusta su cocina, me gustas tú/ Me gusta camelar, me gustas
tú" . En plena exposición de los hexámetros dactílicos de Virgilio, la
chica de al lado me preguntó si eso de lo que hablaba Link se podía aplicar a
las canciones de Spinetta. Desconcentrado y oculto entre los recitados en latín
que sobrevolaban la sala, abandoné el taller y salí a la calle. Ahí me encontré
con Leandro Rust, el joven presidente del Instituto Cultural de la
Municipalidad de Coronel Pringles, que había inaugurado el evento con una
inquietante referencia al amor puesto en la organización, según él "tan
necesario en un pueblo como este". Al igual que Carrera, Rust también
parecía chocho y radiante. "En Pringles, lo más difícil para la cultura no
es conseguir el presupuesto o pelear la difusión", me dijo; "lo que
cuesta es generar público. Y aquí eso se logró". De camino al hotel, un
perrito negro, mínimo, me siguió varias cuadras. Mientras que yo le gritaba
para sacármelo de encima, un chico se acercó y empezó a acariciarlo. Un niño de
los que habla Carrera en Las cuatro estaciones , cuando escribe sobre
"toda la dulzura y toda/ la desesperación callada/ de aquella luz
bienhechora de la infancia" . El niño y el perro se fueron juntos, en una
versión del final de Casablanca . Al verlos irse y desaparecer a lo lejos,
pareció que entre Pringles y la poesía había nacido una bella amistad.
NUEVO ESPACIO
Hasta hoy, Quiñihual era sinónimo de una abandonada estación
de trenes; de ahora en adelante, será el nombre de un centro de arte que
promete grandes novedades. Esa fue una de las mejores noticias que dejó el
Primer Certamen Regional de Declamadoras de Poesía, marco de la entrega de ese
predio por parte del Onabe (Organismo Nacional de Administración de Bienes) a
la Asociación Civil Estación Pringles, que dirige el poeta Arturo Carrera. Hace
ya casi dos años, el autor de Las cuatro estaciones había presentado al Onabe
una iniciativa de recuperación del lote, en el que los artistas pudieran
preservar y utilizar las instalaciones, desde las viejas casas de los
trabajadores del tren hasta el terreno al aire libre. "Ahora viene lo
bueno: conseguir los apoyos financieros y desarrollar los planes culturales",
comentó un emocionado Carrera
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