6 sept 2013

Tierra de poesía


Se realizó el Primer Certamen Regional de Declamadoras, organizado en Coronel Pringles por Arturo Carrera, con la colaboración de Vivi Tellas



En un ensayo de la caravana "puesta en escena" por Vivi Tellas, la joven inglesa Gemma declama versos de Alejandra Pizarnik, desde un pozo.

 







Hay que tener un alma hermosa para creer, con el gran poeta Arturo Carrera, que la concurrencia al Primer Certamen Regional de Declamadoras de Poesía iba a superar la capacidad hotelera de Coronel Pringles, su pueblo natal. El público literario es de lo más escaso y difícilmente sea capaz de superar algo; menos aún, las capacidades hoteleras de cualquier lugar al oeste de Greenwich. Yo nunca había estado en Pringles, pero sospechaba que un par de albergues serían suficientes para alojar al presunto malón de amantes de la lírica. La idea de llegar a Retiro y encontrar declamadoras a las puertas del ómnibus Plusmar, todas con versos a flor de piel, dispuestas al ensayo mental aun a esas horas en las que los demás viajeros duermen o miran una "peli" de Eddie Murphy, estaba por completo fuera de mi imaginación. Y ahora lamento no haberme permitido esa fantasía, porque es una idea muy bonita. Se trataba, ni más ni menos, del sueño que pulsaba detrás de este encuentro, una declaración de amor a los versos que nos han sido fieles, un acto de fe en el alma hermosa que todos, por qué no, debemos tener en algún lado.


Mujeres que viajan por el tiempo para evocar el doble misterio del arte y la memoria, condensado en un poema que se recuerda quién sabe desde cuándo, tal vez por razones ya olvidadas o todavía secretas. Las protagonistas de ese teatro del cariño y la voz podían llegar allí, a Retiro, para días más tarde tomar las calles de un pueblo del que se tienen pocas noticias, excepción hecha de las obras de César Aira y el propio Carrera (si se las puede considerar "noticias") y la triste Querido Coronel Pringles , de Celeste Carballo (si, como "noticia", es un poco vieja). Semejante puesta en escena tenía atractivos para reunir a un público heterogéneo y entusiasta, y en la fila del Plusmar se respiraba un optimismo extraño pero optimismo al fin.


-¿Cómo crees que se recibirá este evento en Pringles?, le pregunté a Carrera, mientras despachábamos nuestro equipaje.


-Quién sabe- contestó, con una sonrisa. Son tan raros en los pueblos. Mejor dicho: ¡somos tan raros!


Ya a punto de subir al ómnibus, allí donde tendrían que haber irrumpido un par de declamadoras on tour , quien apareció fue una mujer que le robó la billetera a Vivi Tellas. No hay caso, la realidad siempre es perversa y arruina los mejores ideales. "Devolveme todo lo que acabás de sacarme" pidió la dramaturga, con una calma tan fuera de contexto que, por un momento, el asunto pareció una de sus espeluznantes performances . Pero no lo era. La mujer le dio la billetera (igual que en una performance ), Vivi subió al micro con una alegría que no perdería más y a todos nos quedó la sensación de un buen augurio, una pequeña gran victoria de la poesía sobre la realidad.


La mañana de nuestro arribo, Tellas tenía su primer tête à tête con las declamadoras locales. El lugar del ensayo era la Casa de Cultura, el edificio vecino a la Intendencia, creado por el inefable arquitecto Francisco Salamone. La primera en llegar fue Mirta, una señora mayor, elegante en su saco rojo, simpática y tímida a la vez. De a poco me contó que era docente, que escribía poesía en sus ratos libres y que pensaba declamar la "Oración del desocupado", de Juan Gelman. Con un poco más de confianza, me dijo que en la escuela era compañera de banco de César Aira y que desde entonces se veía que el chico prometía. "Ibamos juntos a la Biblioteca; yo buscaba los libros para la clase y él se enfrascaba en La Divina Comedia ...", recordó.


-¿AIRA SE COPIABA MUCHO?


-No, no, nunca. O al menos yo no me daba cuenta.


-¿Y USTED LEYÓ SUS LIBROS?


-¡Todos! O casi, porque creo que ya tiene como cien. El humor, cómo cuenta las historias... Es él, igualito a lo que contaba de chico. No cambió nada.


Al rato llegan Hilda, Mabel y Esterlina. Hilda no es mucho más joven que Mirta, viene de Otamendi y declamará "Tierra amarga", de Evaristo Barrios. Mabel es maestra de una escuela nocturna, también escribe poesía y no sabe si va a participar. "El poema que yo sé es uno mío; no va a servir, seguro que tienen que ser poesías de autores importantes, famosos", comenta, en un susurro; "pero yo vengo igual, quizá me dejen. Además, todos tenemos derecho a vivir algo como esto, aunque seamos poquitas". Esterlina es la mayor, tiene que cuidar a su marido enfermo y por eso tampoco sabe si se va a quedar. Fue la maestra de literatura de todos y da la impresión de que no puede, o no quiere, abandonar su papel de docente. En unos pocos minutos explica que "declamar no es gritar", habla de la época de titiritero de su ex-alumno Arturo Carrera y dice que "esto tendría que haber pasado hace diez años".


-¿POR QUÉ? ¿QUÉ HABÍA HACE DIEZ AÑOS?


-Esterlina no responde, porque justo entra Vivi Tellas y llama a sus declamadoras al centro de la sala. Hace diez años, Pringles tenía 25 mil habitantes, igual que hoy y como hace por lo menos medio siglo. Pero entonces éramos un poco más jóvenes, osados (seguro) y atractivos (quizá), requisitos frívolos pero importantes a la hora de pararse en una esquina a declamar ante quienes suelen fijarse mucho en lo que el otro hace o deja de hacer. Tal vez por eso mismo, consciente de la fiesta popular que supondrá recorrer las calles en una estridente caravana poética, Vivi les pide a las suyas que preparen su mejor vestido. "Ay, pero me van a ver", dice Mabel. "¿Y qué más querés?", contesta Vivi. Las risas son nerviosas. Enseguida, Mabel contraataca con "Desesperación", obra suya, donde se cuenta una historia de amor de las trágicas. Lo dice con angustia y carácter, su voz va de un matiz a otro y al final nos pone los pelos de punta a todos.


-Perdonen, pero así es el desamor- suelta, para agradecer los aplausos.


"A mí me gustó el de Barrios, porque habla de algo muy real", subraya Hilda; "lo demás no sé, porque no tengo estudios. Pero siento que es muy campero, muy de acá". A Mirta, Vivi le pide que cante algo, cualquier cosa. La mujer se arranca con "Uno" y de nuevo surge una comunión inesperada, un golpe de knock-out del que nos levantamos convertidos en niños otra vez. ¿Será el tango? ¿El poder de la poesía? ¿O el del arte encarnado en estas señoras? "Las personas cambian si consiguen desarrollar algo" me cuenta Vivi Tellas horas después; "y ese cambio le llega a todos. Es muy placentero ver cómo, a pesar de cualquier miedo o dificultad, hay quienes pueden cumplir un deseo propio. Posibilitar eso me emociona mucho. Y tiene que ver con la caravana que vamos a hacer por el pueblo: gente que se junta nada más que por la ilusión de ir a alguna parte".


Lo curioso es que la caravana no va a ningún lado en particular. Y, sin embargo, llegará a un montón de lugares. Al pasado de Hilda, cuando sus padres le prohibieron escribir y ser maestra, como ella quería. O al eco de alguna canzonetta paterna que Esterlina ubica en 1942, un año inolvidable para ella porque marcó su abandono de la poesía "por culpa de la familia". Mientras Tellas planea su Hamelin pringlense, recorro los mojones donde la caravana va a detenerse para que las declamadoras brillen. La puerta de la Municipalidad, un souvenir arquitectónico escapado de la Metrópolis de Lang, que exhibe con orgullo la distancia entre el poder y el pueblo. La plaza principal, criticada porque se inunda con cada lluvia y no permite que los niños usen el tobogán y los demás juegos. El club Alem, célebre por la actuación, allá lejos y hace mucho, de Los Iracundos. La tienda Casa Abecia, quizá la única del mundo en vender flores, plantas y autopartes. El viejo cine, hoy un miniestadio de pelota y hockey . La Asociación Española, donde alguna vez cantó Gardel. Y, finalmente, la casa de Arturo Carrera, centro de la Asociación Cultural Estación Pringles, que organiza este certamen de declamadoras.


Al llegar, veo que la puerta de calle está abierta. Entro, y la segunda, que da a la sala, tampoco tiene llave. La bienvenida parece a cargo del Prior que se ve colgado apenas uno avanza, pero en realidad la dan los juguetes desparramados por todas partes. Trompos, baleros, cochecitos, trenes y juegos de té en miniatura marcan el paisaje de un museo vivo de la inocencia, uno de los grandes temas de la obra de Carrera. Solo a alguien que vive en este universo, pienso, se le podía ocurrir organizar un certamen de declamadoras de poesía. Y quién sabe si ese mundo mágico no es, de hecho, el de la literatura en estado puro. "Nuestra intención para el año que viene es tener declamadoras de todo el país" dice el dueño de casa, feliz como un chico al que por fin le salió bien su mejor travesura.


-¿DE DÓNDE SURGE ESTE INTERÉS POR LA DECLAMACIÓN?


-Se puede ver a la declamación como el arte que recupera distintas maneras de modular la poesía de otro y ahí, en esos detalles, captar lo poético. "Lo poético" sería aquello que se aprende del otro, a través del dictado de la memoria. Por ejemplo, la declamadora de "Altazor" me hizo ver que los juegos de Huidobro se pueden enunciar con las distintas notas musicales. Eso se ve sólo si alguien lo declama.


-¿POR QUÉ MONTAR ESTO EN PRINGLES?


-Cuando yo era chico, en el pueblo había declamadoras. Y una vez, años más tarde, escuché hablar a Jorge Monteleone de Berta Singerman y el papel de la mujer en el rescate del artificio en el poema. No el tema, sino cómo está planteado. Eso me interesa mucho, y Pringles aparece porque supongo que esto también es una forma de rescatar la memoria y la infancia, aquello que reaparece cuando somos viejos y ya no nos queda otra que recordar.


A las tres de la tarde del viernes, Daniel Link trepó al escenario de la misma sala en la que Tellas y sus declamadoras habían ensayado el día anterior. En total, éramos poco más de cien personas, todos participantes de un taller de poesía que, con los minutos, se transformó en una inusual conferencia interactiva. Link pidió la participación del público, como ciertamente se exige en un taller, y ahí fue que varios temblamos. Mientras él explicaba, con gracia y talento, que "los ritmos tienen un valor semántico y afectivo", yo no podía sacarme de la cabeza el tintineo de "Me gustas tú", de Manu Chao, que esa mañana había escuchado en la radio del bar, mientras desayunaba. Algo debe de haber en el cerebro (o en algunos cerebros, por lo menos) que fija lo primero del día. En mi caso, los troqueos, dáctilos y jónicos de los que hablaba Link se cruzaban con los inoportunos "Me gusta la vecina, me gustas tú/ Me gusta su cocina, me gustas tú/ Me gusta camelar, me gustas tú" . En plena exposición de los hexámetros dactílicos de Virgilio, la chica de al lado me preguntó si eso de lo que hablaba Link se podía aplicar a las canciones de Spinetta. Desconcentrado y oculto entre los recitados en latín que sobrevolaban la sala, abandoné el taller y salí a la calle. Ahí me encontré con Leandro Rust, el joven presidente del Instituto Cultural de la Municipalidad de Coronel Pringles, que había inaugurado el evento con una inquietante referencia al amor puesto en la organización, según él "tan necesario en un pueblo como este". Al igual que Carrera, Rust también parecía chocho y radiante. "En Pringles, lo más difícil para la cultura no es conseguir el presupuesto o pelear la difusión", me dijo; "lo que cuesta es generar público. Y aquí eso se logró". De camino al hotel, un perrito negro, mínimo, me siguió varias cuadras. Mientras que yo le gritaba para sacármelo de encima, un chico se acercó y empezó a acariciarlo. Un niño de los que habla Carrera en Las cuatro estaciones , cuando escribe sobre "toda la dulzura y toda/ la desesperación callada/ de aquella luz bienhechora de la infancia" . El niño y el perro se fueron juntos, en una versión del final de Casablanca . Al verlos irse y desaparecer a lo lejos, pareció que entre Pringles y la poesía había nacido una bella amistad.


NUEVO ESPACIO


Hasta hoy, Quiñihual era sinónimo de una abandonada estación de trenes; de ahora en adelante, será el nombre de un centro de arte que promete grandes novedades. Esa fue una de las mejores noticias que dejó el Primer Certamen Regional de Declamadoras de Poesía, marco de la entrega de ese predio por parte del Onabe (Organismo Nacional de Administración de Bienes) a la Asociación Civil Estación Pringles, que dirige el poeta Arturo Carrera. Hace ya casi dos años, el autor de Las cuatro estaciones había presentado al Onabe una iniciativa de recuperación del lote, en el que los artistas pudieran preservar y utilizar las instalaciones, desde las viejas casas de los trabajadores del tren hasta el terreno al aire libre. "Ahora viene lo bueno: conseguir los apoyos financieros y desarrollar los planes culturales", comentó un emocionado Carrera

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