Nada más triste que resultar pobre y huérfano, nada más triste…
No conocía a mi madre, y a mi padre lo tuve –siempre pobre-hasta los catorce años. Hace unos meses me dio en su agonía de alcohol a Miss Spin, y parte entonces me gano el sustento llevando leña todo el día, y parte de la noche a quien lo necesite. Miss Spin gracias a la ginebra, deja quemar la comida y es muy sucia. Es que aquí en New Jersey a los holandeses les ha ido o muy bien o muy mal.
Miss Spin- como la solía llamar mi padre-no tuvo suerte al igual que mi padre. La ginebra alegra al más triste pero lo desordena. Miss Spin y mi padre cantaban a duo viejas canciones que ya nadie conoce. Mi padre se puso malo de golpe. Miss Spin, que era nuestra vecina, no bebió en esos pocos días y cuidó a mi padre con seriedad que nunca más volví a ver en ella. Mi padre, unos momentos antes de morir, abrió los ojos y señalándome le dijo ceremoniosamente: “Es tuyo, que te cuide y trata que no se pierda”. Luego con gran esfuerzo se incorporó por un instante que pareció eterno, y cayó muerto fuera de la cama. Miss Spin de un brinco lo compuso nuevamente, le cerró los ojos, le cruzó las manos y sin detenerse comenzó a ordenar nuestra habitación que nunca había sido ordenada.
Mi padre tuvo entierro y rezos. Las pocas cosas que había fueron vendidas. Miss Spin me compró una casaca y pantalones casi sin usar, y yo me quede con los zuecos de mi padre que me van algo grandes y me causan molestias y risas.
El viejo se presentó alrededor de las dos semanas. Yo ya lo conocía. En la vencindad la gente hablaba de él y muchos forasteros lo visitaban. Ya alguna vez nos habíamos cruzado en vida de mi padre, pero me asustó con su mirada fija de loco. Algo le comenté a mi padre y se rió sin que yo comprendiese. Luego escuché como se lo contaba a Miss Spin y como ambos reían maliciosamente. “Creo que lleva sangre holandesa por parte de la madre”. Había concluido nuestra vecina.
Como ya dije, al poco tiempo de morir mi padre, el viejo se apareció en la casa con un frasco de ginebra, un cesto con huevos, unos feos pasteles y cantando malamente una de esas canciones que cantaba mi padre. “No canta usted muy mal, pero así no son las palabras, señor” Le dijo con voz de respeto Miss Spin mientras recibía los pobres regalos.
Aunque trataba de disimularlo, el viejo arrastraba una pierna enferma y tenía mucha dificultad en mover el brazo del mismo lado. Hablaba sin parar con voz baja y ronca, como en secreto, mientras se iba acumulando en los mofletes rosados la salina, que esparcía de tanto en tanto cuando un grito cualquier frace.
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